VIOLETA: Esmeralda y yo estamos en el medio del desierto. Donde nada te limita la vista. Solo el cielo y la tierra. Entre el cielo y la tierra nosotras, no otras, nosotras. La tierra caliente que te quema de placer. La tierra te agarra, con sus garras, y te amarra y te desgarra. Ay, me puse rimera. No haya sombras. Ni una sombra. El sol y nosotras. El calor que no da tregua, no méngua. Qué yegua, la calor. Y mirar hacia un costado y verla a ella, toda vestida de desierto. Nuestros cuerpos y nada más, desnudas o con un tul. Azúl. Qué tul. Ella es tanto amor que te agobia de hermosura. Es como un espejismo. Abismo. Terrorismo. Como un puñado de tierra que de a poco se disuelve y te envuelve y se hace polvo, y aparece y desaparece, y crece y aparece y desaparece, y aparece y desaparece. Ah, importante. Extra, extra. Había una sombra hace mucho, cucho, chucho. Se la llevó el viento llamado Esmeralda. De ahí en más nosotras, el calor y el pacto. Nuestro secreto.
ESMERALDA: Me acuerdo de esa tarde que pasaste y me pusiste la lengua en el cachete. ¿Te acordás? Después de un ratito la baba se ponía dura y se resquebrajaba. Yo te perseguí, pero no te encontré. Qué hija de puta, cochina de mierda. Eras tan yegua. Sabías cómo esconderte. Pero cuando te encontré... te agarré por la espalda... Qué calor hacía. Te agarré los pelos ¿te acordás? Después me fui al canal. Fresca.
---------- Fragmento ----------
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